Sub-cabecera

Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

viernes, 8 de abril de 2016

El olor del pescado.


Para escribir esto me he asomado a pozos de podredumbre. He enfangado el navegador   con búsquedas que incluyeran las palabras “coño y pescado” en la misma unidad de significado. Discúlpenme me cuesta escribir palabras soeces aunque puede que las pronuncie, debe ser cosa de la educación judeocristiana, o un vestigio injustificado del respeto que la palabra escrita me produce. 
Toneladas de resultados en milésimas de segundos. Nada de lo ojeado contradice mi prejuicio: ignorantes, trogloditas, machistas, bestias.
La falta de respeto a la mujer es el denominador común en la gran mayoría de los comentarios, preguntas o discusiones.

Y el contexto. Parece ser que a Maruja Torres le impactaron  las declaraciones de Félix de Azúa sobre la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ["una mujer que debería estar sirviendo en un puesto de pescado"] recomendándole ejercer un oficio, el de pescadera, para el que tal vez estuviera más cualificada.
He leído cosas muy inteligentes de Azúa y he de decir que las declaraciones iniciales, y las que han coleado después, me parecen de un clasismo lamentable, una grosería sin gracia ni agudeza intelectual alguna. Son impropias de alguien de su educación, pero no machistas y eso no las hace ni un ápice mejores.
Para alguien como yo que - si tuviera que elegir entre aplicar la legislación vigente o la moral dominante - suele inclinarse ante la menor duda por la primera, resulta muy sorprendente que se considere reprochable la ausencia de un currículo importante para poder ejercer responsabilidades políticas.
¿Sería deseable experiencia y formación en gestión? ¿Una extensa cultura? ¿Dominio de varios idiomas? Sí. A todo. Pero nada de eso es requisito para presentarse a unas elecciones y acceder no digo ya a una alcaldía, no, a la mismísima Presidencia del Gobierno – “Sonsoles si supieras…” – así que dejemos de rasgarnos las vestiduras y utilizar la moral y los principios propios para atacar al otro. Para mi no es un argumento aceptable.
Pero ¿por qué escribo este post señalando el comentario de Maruja Torres, si no escribí sobre el de Azúa?
Por prejuicios.
Porque sé de la arrogancia que lleva a personas muy inteligentes y preparadas a decir estupideces y arriesgarse a poner en cuestión años de labor meritoria al tiempo que engrandecen su leyenda. Sé de muchos casos públicos y privados y casi ni me escandaliza. Me aburre y me deprime.
Pero nunca entre mis prejuicios más locos e inconfesables, estuvo el considerar a Maruja Torres como machista.

Leo y releo el comentario de arriba. Paso de puntillas sobre las respuestas que suscitó en Twitter. Me froto los ojos.

Es la encarnación de la broma grosera y despectiva que tantas veces hemos tenido que escuchar de boca de gañanes que se creen graciosos.
Es la incorporación de la asociación almeja-vagina-pescado-suciedad al argumentario válido para defender a una mujer de un ataque clasista.

Y ahora discutamos si ciudadanos y ciudadanas, diputados y diputadas, niños y niñas. Ocupémonos de la forma del lenguaje porque el fondo ya lo hemos perdido. Asumidito hasta el tuétano lo tenemos.
Voy a limpiar el historial de navegación. Voy a eliminar de mi mente las groserías, la basura, el "jojo", "guiño-codazo", tetas-culo-coño-almeja.

Voy a fingir que todo eso pertenece a un discurso en el que puedo elegir no vivir.

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